Existieron dos corrientes inmigratorias muy importantes en nuestra ciudad, posteriores a ambas guerras mundiales. Entre los recién llegados se contaban los andaluces. LaHoja tuvo oportunidad de visitar la Casa de esa colectividad en Comodoro Rivadavia, situada en el barrio Km3. Allí nos recibió José Antonio, andaluz nativo y presidente de la asociación. “Mi padre vino en la primera oleada y residió acá entre 1926 y 1930. Después regresó a su tierra. Pero en la segunda corriente –más numerosa– volvió, porque le había tomado un especial cariño a este lugar donde había vivido de joven”.
La posibilidad de encontrar trabajo es la razón que impulsó a aquellos migrantes a enfilar hacia estas playas. A principios del siglo pasado, aquí se estaban desarrollando las empresas YPF, Conferpet (Petroquímica), Astra y Diadema Argentina (Shell).
José guarda miles de anécdotas que le relató su padre, entre ellas la primera vez que pisó esta costa: “El tenía un hermano en Río Negro. Le habían dicho que en Comodoro había trabajo. Cuando llegó al puerto estaba el famoso barco del cual descendían los pasajeros a través de una especie de grúa, como un canasto. Había tres personas esperando abajo: un señor de Petroquímica, otro de Astra y un tercero de YPF. Cuando no había terminado de desembarcar, le preguntaron casi a coro: ‘¿Usted viene a trabajar?’. ‘Sí’, les contestó mi padre. El señor de Astra le dice: ‘Si quiere empezar YA, lo llevo al campamento, le doy alojamiento y 5 pesos’. El de Petroquímica sube la oferta: ‘Yo te doy 5,50’. Por supuesto, ni lo pensó y se fue con este último”.
El grueso de los inmigrantes andaluces provenía de Almería, una de las ocho provincias que conforman la actual comunidad autónoma. Es una tierra con pocas precipitaciones y un horizonte similar al de la Patagonia. “En la década del ’60, muchas películas de cowboys se han filmado allí, en el desierto de Tabernas, porque aparentemente el paisaje es especial para eso”, cuenta José.
Durante la década del ’50, las familias comenzaron a nuclearse en instituciones que funcionaron (y funcionan) como sostén cultural y de añoranza por su tierra, constituyendo lo que hoy son los centros regionales andaluces. En Comodoro Rivadavia tuvieron un importante protagonismo en el seno de las asociaciones españolas. En los años que siguieron al fin de la dictadura española, en 1975, empiezan a tener una relación directa con las autoridades de la Junta de Andalucía, que trabajó mucho por los emigrados. En 1991 se forma en el Parlamento regional el Consejo de Comunidades Andaluzas, con el fin de atender a las necesidades de los compatriotas radicados en otros puntos del planeta. En ese período se buscó, por ejemplo, el requerimiento de la doble nacionalidad. “Como en ese tiempo no contábamos con una sede propia, en el año 2003, mediante un convenio entre la Junta y el gobierno de Chubut, se nos cedió esta antigua gamela, que estaba en estado de abandono. La Junta de Andalucía se hizo totalmente cargo de las refacciones necesarias”, relata nuestro interlocutor.
Con ese sostén económico, la Casa de Andalucía empezó a dictar diferentes talleres recreativos y cursos de capacitación abiertos a todo público, pero especialmente para los adultos mayores, con el objetivo de mejorar su calidad de vida. Actualmente funcionan talleres de yoga, manualidades, baile flamenco y de tejido, entre otros.
Durante la charla, José retoma las anécdotas de su padre, quien después de estar cuatro años en Comodoro volvió a su tierra, donde se casó y tuvo tres hijos. En el año 1950 fue el conflicto entre España e Inglaterra por Gibraltar y su padre decidió volver a la Argentina. “Junto con él vinimos mi hermana casada, mi hermano y yo con seis años. En Buenos Aires nos recibió una prima de mi madre, que pertenecía a la Fundación Eva Perón. ‘Bueno, si quieren quedarse acá, tienen trabajo y vivienda’. Y papá respondió sin dudar: ‘¡No! Yo me voy para Comodoro’. Mi hermano siempre le recordaba entre risas esta anécdota: ‘¡Pero papá…! ¿Por qué no te quedaste en Buenos Aires? Si allá tenías todo…’”.
Sin dudas, esta historia demuestra el cariño que una persona guardó hacia este rincón en el mundo que lo había recibido con los brazos abiertos.
Por Marina Aguila