El mar nos brinda tranquilidad y calma. Nos deja boquiabiertos con enfurecidos temporales. Majestuoso e implacable, ese inmenso manto de agua turquesa acompañó, desde los comienzos de Comodoro Rivadavia, a los aventureros de turno, y supo ser ruta de abastecimiento y fuente de alimentos. Para algunos, lugar de trabajo; para otros, playa de veraneo, el mar se deja disfrutar en las cálidas tardes estivales. Y aunque el agua suele ser fría, nos dejamos llevar por la actividad -casi masoquista- de saltar ola tras ola para que no nos salpique. Quizás un absurdo ¿no?.
Son famosas las fotografías de sus olas azotando a la avenida Ducos. Y, pese a que, en más de una oportunidad, le hemos ganado terreno para la realización de proyectos de infraestructura, él siempre nos hace saber cuando no está de acuerdo. Cada mañana se torna nuestro amigo en el asiento del acompañante, cuando nos dirigimos hacia nuestro trabajo, y muchos de nosotros concordamos en que ya no podríamos vivir en una ciudad sin mar.
Sabemos de antemano, que al regresar de un largo viaje de vacaciones él estará allí aguardando, lo que nos hace emocionar ampliamente. Árboles genealógicos enteros salpicados por el agua salada y espumosa contemplaron su inmensidad: nosotros hoy, nuestros hijos mañana, mientras que el sol y la luna lo utilizan de cama, y todos los días allí se levantan.
Por todo esto, los invito a que se detengan un día en el mirador Punta del Marqués de la vecina villa balnearia de Rada Tilly y guarden esa imagen en lo más profundo, al menos por aquellos que no tuvieron aún la dicha de conocer su indescriptible inmensidad, ya que, aunque parezca mentira, son muchas las personas que sólo conocen el mar por fotos, o a través de la pantalla de la televisión. Por eso, quienes tenemos la posibilidad de vivir a su lado siempre vamos a estar en ventaja, aunque, lamentablemente, es común que no reparemos en ello.