Cosas nuestras

Generalmente, el momento en que nos ponemos a reflexionar y a describir cómo es nuestra ciudad es cuando viajamos a otros lugares. Cuando a uno le preguntan cómo es vivir en Comodoro Rivadavia, solemos hacer primero una descripción física del entorno de la siguiente manera. Está ubicada cerca del mar, ya que ese fue el origen de su surgimiento: ser un puerto que conectara la colonia agrícola ganadera Sarmiento, y los otros pueblos que se fueron creando en esta franja bioceánica, no sólo con Buenos Aires sino también con el resto del mundo.

Cuando llegamos en avión, un momento clave para visualizar panorámicamente la ciudad es el de descenso. Lo primero que nos recibe es la costa atlántica, escarpada por momentos y seguida de pequeñas playas solitarias a la espera de visitantes. Algunos buques petroleros o barcos de pesca surcan las aguas del golfo San Jorge, a veces calmo y en ocasiones con intensos oleajes. Cuando más nos acercamos a la pista de aterrizaje, divisamos la gran ciudad, expandida entre los cerros, con marcas de cicatrices de miles de locaciones, pozos petroleros, tanques y torres. La banderita roja nos indica el sentido del viento, generalmente del oeste cordillerano, y que estamos casi tocando el suelo de Comodoro.

¿Cómo cada uno de estos elementos de la naturaleza o de la propia construcción de la ciudad influyen en lo que somos y cómo nos sentimos comodorenses? Sentirse comodorense es más que un gentilicio, contiene varios en su interior: astrense, diademense, entre los más reconocidos.

 

EL MAR, EL PUERTO Y LA CIUDAD

Cada 23 de febrero, aniversario de la fundación de la ciudad de Comodoro Rivadavia, se convierte en una buena excusa para hurgar en el pasado y reconocernos en él. Más allá de ciertos debates en torno a si fue el italiano Francisco Pietrobelli o el alemán Juan Plate el fundador oficial de Comodoro Rivadavia, hay que reconocer que ambos estaban interesados en que la ciudad existiera como puerto. Era una necesidad para la entrada y el embarque de productos y materias primas. Ello explica cómo los estancieros apoyaron la construcción del galpón donde se depositaría la mercadería que traerían los barcos en el nuevo puerto. Como la profundidad del primer lugar elegido, próximo a Rada Tilly, no era la adecuada, Pietrobelli busca otro más accesible para las embarcaciones. En la Punta Borja -casi a los pies del cerro Chenque- planta un molle para marcar el espacio donde después edificaría un galpón. Este se convierte en el punto de referencia para que otros -generalmente comerciantes- se instalaran con sus propias edificaciones. El año 1901 es clave en la historia oficial de la ciudad: es el momento de su fundación. Luego, el hallazgo del petróleo y la construcción de la línea ferroviaria completan la primera década donde el asentamiento poblacional comienza a tomar la forma de lo que va a ser la actual ciudad.

La necesidad de un puerto y el origen marino de nuestra ciudad puede hacer pensar, a quienes no conocen la idiosincrasia del comodorense, que somos amantes de la pesca y de las actividades vinculadas al mar. Pero no, son muy pocas las actividades náuticas que se fomentan, a excepción del disfrute que genera juntar caracoles o mejillones y pisar las arenas suaves de la playa de Rada Tilly distante a unos 15 kilómetros al sur del centro de la ciudad. Ciertamente le damos un poco la espalda al mar dado que hemos crecido hacia adentro del territorio, explotando los recursos petroleros y ganaderos. Por supuesto que esto influye en la dieta, más abundante en carnes rojas que en pescado. Ello no quita que tengamos una flota amarilla en Caleta Córdova compuesta de pequeñas embarcaciones que traen mariscos y merluza. A ella se suma la habilidad de algunos pescadores que dicen que los róbalos y el pejerrey son fáciles de atrapar. Pero indudablemente, la estrella de la gastronomía es el cordero; considerado una de las delicias de la primavera además de ser marca identitaria de los patagónicos. Cordero, capón o borrego a la parrilla, al asador, al horno; cualquiera de las formas vale para saborearlo.

 

Por Graciela Ciselli en el libro “Comodoro ciudad de oro”.