La aridez del suelo sobre el cual se ha construido la ciudad se contrapone a su riqueza principal: el petróleo. Desde 1907, fecha en que se descubrió este “oro negro”, la ciudad creció ininterrumpidamente atrayendo a personas de las más diversas nacionalidades y culturas. Se fue habitando primero con carreros y comerciantes relacionados con la ganadería ovina hasta que, con el descubrimiento del petróleo, la vida urbana comenzó a modificarse con la organización de los denominados campamentos petroleros, ya sean de la empresa estatal YPF o empresas privadas como Astra, la Ferrocarrilera del Petróleo y Diadema. Los hoy barrios Laprida, Valle C, Castelli, Saavedra, Gral. Mosconi, entre otros, fueron parte de estos asentamientos poblacionales vinculados a la empresa estatal, mientras que Km 3 era el lugar central de YPF porque allí estaba asentada la administración, la cual a su vez brindaba los servicios de educación y salud, y se hacía cargo de la distribución de los servicios de agua, electricidad y gas para toda la comunidad ypefiana.
El petróleo es uno de los principales recursos que moviliza la ciudad, ya que genera suficiente dinero para que las familias vinculadas a dicha actividad puedan vivir cómodamente; atrae población desde otras regiones del país; incentiva la instalación de actividades comerciales y de servicios; la construcción de nuevos barrios. Las variaciones en el precio del barril influyen sobre la vida cotidiana y laboral de muchos. Así, hay épocas de bonanza como de crisis, que son movimientos cíclicos dentro de la historia de cualquier ciudad petrolera que depende fuertemente de un recurso.
De ahí la importancia de pensar en estrategias para superar esos momentos de crisis, para diversificar la economía regional con otras actividades como el turismo, la pesca, la ganadería o con otras energías como la eólica, la solar e incluso la mareomotriz. Es cuestión de desafíos.
Para una parte de la población, ser comodorense es ser petrolero, real o imaginario; ser capaz de soportar la rudeza del clima, las largas distancias entre los yacimientos, los turnos y los riesgos. Para otra, existe en el imaginario que el petrolero obtiene el dinero en forma abundante y que puede darse muchos lujos. Ser petrolero es un modo de vida, un modo de actuar, un modo de sentir el paisaje que nos rodea cotidianamente.
Por Graciela Ciselli en el libro “Comodoro ciudad de oro”