El segundo elemento que utilizamos para describir nuestra ciudad es el viento. Podríamos decir que es la capital de los vientos además de ser la capital del petróleo y de las colectividades extranjeras. El viento es un componente del clima que afecta las actividades cotidianas, la salud y el humor de los comodorenses. Es difícil sembrar con viento, cuidar el jardín o los árboles cuando tienen frutas y que no afecte la presión sanguínea. El viento que algunas veces alcanza ráfagas de 120 kilómetros nos dificulta también caminar por la ciudad. Aun si llueve, el viento nos impide usar paraguas, a me-nos que queramos ser Mary Poppins, la niñera que seguramente muchos recuerdan. Los más viejos dicen que la lluvia calma el viento y favorece el crecimiento de la vegetación en esta zona árida.
Sin embargo, el viento también tiene un lado positivo. Pensemos en la potencialidad de la energía eólica que puede abastecer de electricidad a la población como sucede en varias localidades de la provincia; basta con solo mirar los cerros donde una decena de molinos eólicos esperan ser repa-rados para cobrar vida nuevamente. Y ni hablar lo que significa para la práctica de windsurf o los parapentes.
El viento es la marca identitaria que nos acompaña desde que nacemos o desde que decidimos radicarnos en la ciudad. Los niños crecen al compás de las ráfagas, aprenden a tirar la pelota de fútbol según la dirección del viento que los beneficie más durante el partido, defendiendo o atacando, “¿con viento a favor o viento en contra?” suele preguntar el capitán antes del juego. Ya adolescentes, usan gorros o capuchas para que la tierra que vuela no les ensucie el cabello o lentes para que sus ojos no se dañen. Increíble que se usen lentes de contacto a pesar de la bravura de Eolo.
Por Graciela Ciselli en el libro “Comodoro ciudad de oro”.