El primer censo de Comodoro Rivadavia, realizado en 1917, demuestra que en la ciudad había sólo un 5% de argentinos: el resto eran inmigrantes. Entre ellos ya había hombres y mujeres llegados de los lejanos Balcanes.
LaHoja visitó la sede de la Asociación, ubicada en el barrio Kilómetro 3, a la vera de la Ruta Nacional N°3. Allí tuvo el agrado de conversar con Tzenka Guenova –búlgara nativa y actual presidenta de la entidad– y Juan Stancheff, memorioso pionero de la comunidad. “Cuando empecé sexto grado yo le hablaba a la maestra mitad en castellano, mitad en búlgaro. En mi casa siempre se habló búlgaro”, recuerda. Entre anécdotas y risas, nos sumergen en los recuerdos más preciados de sus antecesores.
“Este edificio en el que estamos era el bar de Muñiz. Mi abuelo vino en el año ’30 y decía que en el ’35 ya estaba. Era un boliche, como se decía entonces. El salón era más chico de lo que es ahora y había una gran barra de madera, con la tapa de chapa barnizada. Servían bebidas y comidas”, refiere Juan.
En el año ’60 el lugar fue comprado por un señor de apellido Balcheff, que lo transformó en el bar El Petrolero. Era un restaurante-parrilla muy concurrido; el bullicio de las copas chocando y el murmullo de la gente era constante. Allí se realizaban muchos eventos, entre ellos despedidas de solteros y de jubilados. “Yo en ese momento trabajaba en la usina de YPF y no sé a quién le hicimos la despedida y vinimos acá. El viejo Balcheff siempre cocinó, era el encargado de la cocina”.
La conversación fluye y Tzenka le pregunta: “¿Mi abuelo estuvo alguna vez con él? Yo me acuerdo que en casa cocinaba muy bien… Sé que estuvo en la cocina del chalet Huergo”. Juan trata de hacer memoria; aparta la vista un instante y responde: “Puede ser… Yo a tu abuelo lo recuerdo como carpintero…”.
Tzenka sonríe y enumera con los dedos de la mano: “Mi abuelo era carpintero, relojero, tonelero, hojalatero… Yo todavía tengo ollas de cobre, donde mi vieja prepara los dulces, que las hizo él…”. Interviene Juan de repente: “Otra cosa que hacía era la soldadura del estaño. Antes, los cajones de los muertos se soldaban, los estañaban. Y tu abuelo también hacía ese trabajo”.
Así, la conversación afortunadamente se desvía. Se detienen en el tiempo para, de alguna manera, inmortalizar a aquellas personas pioneras que fueron esenciales para la comunidad.
Volviendo a la historia del establecimiento, Juan menciona que en el año 1996 hubo una gran inundación en la ciudad. El local se llenó de barro. Junto con su camada, entre quienes menciona a Jorge Lucoff, a Juan Ivanoff y también al padre de Tzenka, Todor Guenov, decidieron arreglar los daños.
“Pedimos permiso para limpiar el lugar. Ese día vinimos con ropa y zapatillas viejas. Yo traje una pala… ¡Así de barro había! (señala con las manos unos 40 cm de alto). Había ollas, platos, tazas, copas, hasta una máquina de coser. Todo desparramado en el piso… Trajimos gente que nos ayudó. Sacamos el barro, lavamos con mangueras y cepillos… y bueno, empezamos a ordenar”.
Los “viejos”, como los llama Tzenka con un tono amoroso, siempre estuvieron interesados en aportar su granito de arena, hasta que en el año 1998 pensaron en comprarlo. En ese entonces la colectividad estaba conformada por unas 30 personas. Fue así que se quedaron con el salón, empezando con las reformas y ampliándolo cada vez más.
Manteniendo las raíces
Entre las diversas actividades que tienen lugar allí, la elaboración de comidas es una de las más importantes. “Uff, acá sí que hemos cocinado… El chucrut del otro Juan no se compara, eh”, menciona Juan. Tzenka acuerda: “No. Lo aprendimos a hacer, pero no es lo mismo. Sale buenísimo te digo, porque tuvimos un buen maestro. Pero ¿viste? Todos tienen su toque”.
Además de alquilar el lugar como salón de fiestas, se usa para cenas, almuerzos y fechas conmemorativas. Por ejemplo, el 3 de marzo es el día de la liberación de Bulgaria, y el 24 de mayo es el día de la cultura y las letras búlgaras, en homenaje a los hermanos Kiril y Metodii, creadores del alfabeto búlgaro. Ese mismo día se conmemora el aniversario de la colectividad.
Sin dudas, la época en que más movimiento hay es el mes previo a la Feria de Colectividades Extranjeras que se celebra cada año en Comodoro. “Todo lo que ves se fue comprando de a poco. Primero con el esfuerzo de los viejos, y después nosotros que los seguimos. Todo es para cocinar las comidas típicas, que ofrecemos en los tres días de feria. Es todo de elaboración casera, natural”, señala Tzenka.
Además, desde el mes de marzo se usa el salón para ensayo de los jóvenes que integran el cuerpo de baile. En una de las tantas coreografías, que se renuevan todos los años, se utiliza un tonel… que no es cualquier tonel: fue construido por las propias manos del abuelo de Tzenka y reparado para ambientar las danzas típicas de la Asociación Búlgara.
El encuentro entre la presidenta de la Asociación y uno de los pioneros fue fructífero. Ellos, como los demás integrantes, son un ejemplo claro del orgullo por su procedencia, que demuestran manteniendo intactas sus raíces y tradiciones.
Por Marina Águila