Seguramente alguien saboreó las empanadas norteñas con papas en su interior o algunas de las comidas que año tras año dan a conocer en la Feria de las Provincias. Es que ese es otro modo de conectarnos con lo que somos, hijos de esta tierra pero también herederos de otras. La migración de catamarqueños y riojanos a la Patagonia implicó el traslado de sus costumbres, creencias, comidas, danzas y músicas, promoviendo la vinculación de los norteños a través de instituciones, peñas y festivales. Estos últimos constituyen espacios en los que la gente expresa sentimientos que rememoran sus pueblos natales pero también su esperanza en este nuevo hogar.
Vale recordar la canción de un folklorista comodorense, Luis Zúñiga -conocido como “Cañero”- a quien entrevisté hace unos años y me contó que vivir en barrio Laprida le inspiró a componer la chacarera “Esencia de barrio” que homenajea a los primeros habitantes del lugar: “los gringos” y los “norteños”. En ella resume cómo él ve a su barrio desde arriba, desde el cerro. Lo personifica utilizando la lírica folklórica, le canta al paisaje que ve. Con nostalgia rememora otros tiempos, la solidaridad que existía entre los vecinos, “en la parte alta cuando no había agua fueron tirando las cañerías los fines de semana” y los lazos afectivos que los unía en un espacio tan lejos de su pueblo.
El paisaje rodeado de lomas y con calles angostas que se cubren de flores para venerar a la Virgen del Valle. O lo que me dijo el ex ypefiano y docente jubilado Ramón Heredia, reflexionando acerca de las palabras que le dijo un amigo: “ustedes son Patamarqueños, mitad patagónicos mitad catamarqueños”. En la migración trasladaron una forma de ver la vida, comidas, empanadas, tortilla, las pasas de uva, las pasas de higo, la torta de turrón. Y lo más importante: la fe religiosa. El amor hacia la Patrona de Catamarca que es la Virgen del Valle. Aquí se adaptaron al frío, la nieve, al paisaje casi hostil y semi desértico y a vivir a nivel del mar. Tal vez esta es una buena definición para pensar un poco en nuestra identidad comodorense, en lo que somos, un poco híbridos, un poco sincréticos.
Por Graciela Ciselli en el libro “Comodoro ciudad de oro”