LaHoja tiene el agrado de conversar con uno de los pobladores más reconocidos de Diadema. Estamos afuera de su casa. Hay un gran patio delantero, verde, con árboles de todo tipo. Desde lejos vemos asomarse por la puerta la figura de don Manuel Fortes Castro, vecino muy querido en el barrio. Con pasos cortos y enérgicos se acerca hacia el portón y con mucha amabilidad nos invita a pasar.
“Yo nací en España. Vine en el año ’52, contratado por la Compañía (Shell-Diadema Argentina S.A.). Todavía no había cumplido 25 años… Lo que más me llamó la atención fueron las calles, los pedregullos, esos redondos. Yo no estaba acostumbrado a ver esas cosas, porque eso parecía el lecho de un río”, recuerda Manuel.
Por aquellos tiempos, cuando él y tantos inmigrantes llegaban a estas tierras, el clima era muy distinto al actual. La famosa frase comodorense “vientos eran los de antes” se verifica al pie de la letra. Los vientos eran fortísimos, al igual que las nevadas y, lógicamente, el trabajo debía adaptarse a esas condiciones.
Entre otras funciones, Manuel se desempeñó como cutinero (los que sacan la muestra de los pozos de perforación), en reemplazo de un italiano “grandote”. “‘Lo primero que hay que hacer es abrirle el garaje al jefe’, me indicó. Los garajes estaban construidos con buen criterio: por los fuertes ventarrones, las puertas eran enrollables. ‘Pero no sé si vas a poder abrirlo’, prosiguió. Ahí estaba yo, tratando de abrir y sacando la lengua con muecas y resoplidos de cansancio. Entonces digo: ‘¿Por qué no engrasan esto?’. ‘¡No! ¡Está prohibido!’ (y si los holandeses prohibían algo, no había discusión posible…). A los dos días el italiano se marchó. ‘A mí me importa un pito’, pensé. Agarré, fui al garaje que estaba enfrente y pedí una aceitera, esas de pico que se bombea… y ¡tatatatá!, engrasé todo. ¡Después lo podía subir hasta con una mano! Al otro día estaban todos engrasando las puertas”, cuenta Manuel entre risas.
Su época de dibujante
Antes de arribar a Comodoro, nuestro entrevistado tuvo la oportunidad de cursar estudios básicos en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Madrid. La educación allí se basaba en un régimen muy estricto. Gracias a esa experiencia, pudo desplegar sus conocimientos como dibujante en la Compañía.
“Me acuerdo que había puesto un letrero en la pared, arriba de mi escritorio, que decía: ‘El silencio es paz; no perturbe mi paz’. Vino el administrador, vio el cartel, lo leyó y se dio la vuelta nomás… No dijo ni una palabra”, cuenta riéndose con ganas, como si nunca hubiera perdido el niño de adentro.
Manuel Fortes fue partícipe de uno de los hechos más importantes de Diadema. Mientras se edificaba la iglesia Santa Bárbara, allá por los años 60’, se organizó una rifa entre los vecinos para terminar de construir el techo. Fue él el encargado de dibujar la publicidad de la rifa. Con gran entusiasmo y orgullo nos muestra el cartel intacto, que guarda entre sus cosas.
“Las cosas que hace uno de joven…”
El trabajo era lo que realmente lo entretenía a Manuel. Cada vez que le pedían que hiciera algún trabajo de la Compañía se sentía honrado. Aun así, recuerda los momentos de recreación y entretenimiento de aquellos tiempos. “Nos vestíamos de saco y corbata sólo para ir a la confitería, para ir a jugar al cacho (un juego de dados) o al billar. Era la costumbre”, cuenta.
Entre tantas anécdotas de su juventud se destacan las que tuvieron como protagonista a su moto Norton 500 de los años 50’. “Una bestia. Era tan pesada que cuando se torcía íbamos al suelo los dos… Anduve hasta por la calle Corrientes con esa moto. Ahora lo piensas y ni loco harías eso”. Con esmero nos cuenta cómo maniobraba su moto cada vez que la quería entrar a su casa de soltero. Indica un plano hecho a mano y señala con el dedo: “Mi pieza era la que estaba aquí. Estos planos que ves era un trabajo que yo también hacía”.
Emplear el tiempo libre
“Después de jubilarme, a los 51 años más o menos, he realizado cosas que nunca había hecho antes. Cosas de madera, por ejemplo”. Manuel se levanta de la silla de un salto y se dirige hacia un cuarto. Al parecer busca algo. Se escucha ruido de objetos que chocan entre sí. Vuelve trayendo un cuadro de maderas encastradas perfectamente, de manera que forman un dibujo.
“He hecho trabajos enormes en mi tiempo libre. Cuadros, relojes, llaveros, imanes, incluso con madera de campo… Compré máquinas… Actualmente estoy entregando algunas de las cosas que hago en el kiosco que está en La Anónima”, dice Manuel mostrando sus artesanías, en las que no puede faltar algún dibujo, ícono o símbolo que represente a su querida Diadema.
Es tal su dedicación hacia el barrio que en los años 90’ escribió un libro llamado Diadema Argentina, nace un pueblo, donde cuenta la historia del lugar a través de versos, anécdotas y vivencias. Combina documentos, fotografías y antecedentes sobre Diadema recopilados por él mismo.
La prodigiosa memoria de Manuel y su forma expresiva de narrar las historias hacen de la conversación un momento realmente placentero. Nos acompaña hasta el portón del jardín y se despide con esta frase: “Yo siempre traté de ser lo más amable y servicial posible”. Su dedicación y entrega hacia Diadema se ven reflejados justamente en el reconocimiento como uno de los pobladores más representativos del barrio.