Ellas entregaron a estas tierras sureñas lo mejor de sí: sus hijos.
Sin duda, a la mujer inmigrante le cupo un papel muy especial en los orígenes y desarrollo de Comodoro, especialmente a aquellas que arribaron a estas costas cuando la Patagonia era el “fin del mundo”. Las mujeres portuguesas llegaron en la primera década del pasado siglo a la aldea, desafiando la larga travesía del océano y el interminable viaje a lo incierto y lo desconocido. Muchas venían junto a su ser amado, a compartir con él las lágrimas del desarraigo y la nostalgia de la patria lejana. En estas nuevas e inhóspitas tierras transformaron su fragilidad en imaginación y vigor para vencer los avatares, las dificultades, las necesidades. Trabajaron duro, forjando la esperanza de una vida mejor. Su ilusión de formar una familia feliz las invitaba a sacrificar sus gustos personales y sus descansos, convirtiendo todo en belleza, poesía, dulzura y amor.
Su vientre albergó nuevas vidas que fortalecieron sus lazos con esta tierra, como las semillas que sembraron para embellecer el paisaje agreste y desolado. La mesa familiar se agrandó. Cada día fue una fiesta sentarse en torno de cada plato, que evocaba la patria lejana y que sus manos elaboraban para “matar saudades” de la comida que sus madres les habían enseñado allá en la casa lusitana, cuyo calor y color seguían extrañando en estas tierra sureña a la que fueron entregando lo mejor de sí: sus hijos.
La Asociación Portuguesa prepara un homenaje a las más antiguas de la comunidad, que se realizará en sus instalaciones para conmemorar el Día Internacional de la Mujer.