Para Mirtha Aburto, Km 8 tiene magia y “más en nuestras épocas”, dice. Ella nació allí donde vivió toda su infancia, fue a la escuela primaria y completó sus estudios como dibujante técnica. Formó su propia familia en su querido barrio, donde sus dos hijos crecieron. Siempre busca la manera de estar conectada con el lugar que la vio crecer. Actualmente forma parte de la asociación “Bajo la luz del faro” que tiene como objetivo gestionar la conservación y mejoramiento de los patrimonios culturales y naturales. Pero, además, Mirtha nos comparte la verdadera historia del Km 8 narrada desde los mismos protagonistas.
Mirtha presentó su libro “100 años…100 historias” en octubre del año pasado. “Son todas historias de la gente: 100 historias para conmemorar los 100 años que cumplió el barrio en el 2015”. Este proyecto fue un verdadero trabajo que le tomó mucho sacrificio y dedicación y, como no podía ser de otra manera, lo presentó en la escuela del barrio donde aprendió sus primeras letras y donde tuvo el acompañamiento de 200 personas.
Ella afirma que la historia del lugar, del pueblo, la hace su propia gente y justamente el libro está compuesto por testimonios muy ricos, historias fuertes y de desarraigo, ya que los precursores del barrio fueron inmigrantes alemanes, españoles, yugoslavos, portugueses, entre otros. “Un verdadero crisol de razas, y yo no quise que esas historias se perdieran”, dice con convicción Mirtha. Entre los tantos testimonios que conoció, se encuentra la anécdota del origen de Parque del Km 8.
DESDE EL PROPIO SUDOR…
Corrían los años 30 y en la Compañía Ferrocarrilera del Petróleo –una compañía de capitales ingleses- había un señor alemán llamado Otto Blumberg que trabajaba en conserjería. Como no había correo en esa época, era el encargado de repartir las correspondencias a tantos europeos que le llegaban cartas de sus familias.
“Seguramente como él era alemán, y extrañando lo vistoso y verde de su país, consiguió un arado que se lo ataba en la cintura. Así fue arando todo lo que es el predio que abarca el parque del 8. Y lo primero que hizo fue plantar en todo el perímetro una doble hilera de álamos, creando así una pared de contención por los fuertes vientos que había en esa época”, nos cuenta Mirtha.
Los directivos de la Compañía Ferrocarrilera del Petróleo, al ver que este hombre estaba transformando con esmero este lugar desértico en un hermoso parque verde, le ofrecen ayuda. Ellos le construyeron los bancos de hierro y los diferentes juegos, desde las hamacas el tobogán, el subibaja hasta la famosa “palomita” como le decían antes. Incluso en el medio del parque montaron una pista circular de cemento, donde había un caño central con los parlantes arriba. “…y en las cálidas noches de verano el que se animaba a bailar, un tango o paso doble lo podía hacer…”
Además, Mirtha nos cuenta la historia de cómo se originó el primer equipo de básquet en Km 8, una hermosa anécdota donde nuevamente, el parque toma un rol fundamental. “Era por la década del 60. En la cooperativa del consumo donde yo trabajé cuando era joven, había un contador que era polaco, se llamaba Tadeo. Había sufrido en la guerra y le habían quedado secuelas en las piernas asique andaba siempre con un bastón, acompañado de un perrito que él lo llamaba ´Burek´…”
Después de sus largas jornadas de trabajo, Tadeo salía de la cooperativa, y con su perrito se iba al parque. Ahí, siempre veía un entusiasta grupo de chicos, tirando el balón al aro. Hasta que un día se les acerca y les dice – Chicos, ¿ustedes tiran la pelota al aro por tirar, o quieren aprender a jugar al básquet? Los chicos se miraron entre ellos y no lo dudaron: – ¡Queremos aprender a jugar al básquet! – Bueno, ¿quieren aprender con técnica?, les dice Tadeo. No fue casualidad, justamente él había sido jugador del seleccionado de básquet en Polonia. Así fue cuando se formó el primer equipo de básquet en la década del 60 en el km8.
LA INOLVIDABLE INFANCIA
Si hablamos del parque, también hablamos de las famosas carreras de autitos impulsadas por el padre Corti. Una vez por mes, el padre convocaba a todos los chicos del barrio a participar de estas carreras, pero con la condición de que los autitos no tenían que ser comprados, es decir, debían ser fabricados por los propios participantes.
“Me acuerdo que mi mama compraba la lata de aceite comestible de 5 litros y cuando se terminaban las latas, ella las lavaba bien y mi hermano mayor, Jorge, aprovechaba y las abría. Ya tenía los moldes y las plantillas en cartón del modelo del auto. Hacía el chasis de madera y hasta cortaba las ruedas, también de madera. Quedaba un auto de carrera como de fórmula 1” recuerda Mirtha.
Los chicos entusiasmados, iban al parque y el padre les pintaba un número a los autitos. Con toda la adrenalina que invade la infancia, los niños hacía correr sus autitos. El premio: una bolsa llena de golosinas.
Los recuerdos del parque son muchísimos más. El movimiento y la actividad era constante en el lugar. Se acostumbraba ir en el verano ya que anexado al parque había un refugio donde se podía hacer asado. Si no era asado, era picnic donde todo se compartía. De esta manera, se había logrado dentro de la comunidad del 8 una gran familia, una familia crisol de razas.
Por Marina Águila