LaHoja conoció a los hermanos María y Daniel Amado, miembros de la Asociación Portuguesa de Comodoro Rivadavia. Con pasión y entusiasmo nos contaron sobre aquellos pioneros que forjaron la institución y contribuyeron al crecimiento de la ciudad. También nos informaron acerca del presente de la entidad.
La historia de los portugueses en la Patagonia se remonta al año 1520, cuando Dom Fernão de Magalhães se constituyó en el primer europeo que recorrió estas costas. Años después, Dom Simão de Alcaçava llegó hasta la Bahía Gil y fundó la provincia de Nueva León.
Varios siglos después, muchos otros hijos de aquellas tierras ibéricas volvieron para asentarse, en busca de un porvenir mejor. La mayoría provenía de la región del Algarve, caracterizada por un sol deslumbrante, playas relucientes, cielos limpios y campos de almendros y olivares. “Uno de los primeros en venir, en 1902, fue Sebastián Peral, que ya vivía en Buenos Aires. Vino a Comodoro en barco, trayendo todas las mercaderías que necesitaba, un barco cargado de alimentos y animales para establecerse con la idea de fundar un pueblo, porque sabía que acá no había nada. Tuvo mala suerte: una tempestad le impidió desembarcar enseguida y la mitad de los animales murieron. No obstante, se estableció en estas costas junto con su familia”, relata María.
Don Peral trabajó inicialmente junto a los descubridores del petróleo. Después se dedicó a otra rama de trabajo: fundó un taller, primero dedicado a arreglar carros y luego a construirlos. En palabras de María, fue el precursor del taller mecánico en la ciudad.
Otro personaje muy importante de aquellos pioneros fue Don José Guerreiro, quien empezó en el petróleo, luego trabajó con Peral y después se independizó e instaló un establecimiento de panadería. Se podría decir de él que es el precursor de los panaderos comodorenses.
Aquellos primeros inmigrantes fueron adaptándose a las adversidades de este clima, a esta región seca y ventosa, siempre añorando su querida tierra. “Empezaron a conmemorar las fiestas patrias portuguesas y a reunirse todos los paisanos. Festejos y comidas para recordar un poco la patria y matar las ‘saudade’, como decimos nosotros, para que esas vivencias no se perdieran”, continúa María. A partir de ese sentimiento que los unía se decidió dar vida a la Asociación Portuguesa de Beneficencia y Socorros Mutuos de Comodoro Rivadavia, fundada el 7 de octubre de 1923 en una asamblea presidida por el mismísimo Don José. Además de su objetivo mutualista, aspiraba a contener social y culturalmente a los numerosos inmigrantes y trascender a toda la comunidad de Comodoro Rivadavia.
Al principio alquilaban un local sobre la calle San Martín, pero poco después levantaron con sus propias manos su sede sobre la calle Belgrano, ya que muchos eran albañiles. Inclusive hicieron habitaciones para alojar a los que no tenían dónde vivir, y con lo recaudado en alquileres iban construyendo lo que faltaba.
“Siempre se festejó mucho el 5 de octubre, que es en Portugal el día de la proclamación de la República. Después de 800 años de monarquía, en esa fecha de 1910 se estableció allí la forma republicana de gobierno. Los que llegaban por aquellos años venían muy influidos por ese acontecimiento histórico, y por eso querían celebrarlo. No aquí, sino que consiguieron un lugar más grande”.
Así empezó el Salón Luso
Las cuotas de los socios se invertían en su mayor parte en salud. Se les proporcionaba asistencia médica, un porcentaje de los remedios e inclusive traslados a Buenos Aires a aquellos pacientes que requerían una atención más delicada o especializada.
Ante esta situación, se tornaba difícil pagar un lugar más amplio para los festejos. “En un momento pensaron en pedir un crédito al banco, pero los propios societarios dijeron: ‘Nosotros vamos a prestar el dinero. Vamos a comprar’. Entonces, todos quisieron aportar sus ahorros para que esto se pudiera cumplir. Después, lentamente, les iban devolviendo el dinero. Hacían rifas, recaudaban como podían para saldar esa deuda”, cuenta María. Así adquirieron el edificio del Cine Rex, ubicado en la calle San Martín, para transformarlo en salón de eventos.
Además de celebrar allí las fiestas propias de la comunidad portuguesa, como el 5 y 7 de octubre, durante seis décadas el Salón Luso albergó fiestas de gala, bailes populares, actos culturales, los famosos bailes de Carnaval, romerías, conciertos, actos y ceremonias públicas, noches de teatro, veladas cinematográficas.
“Los más antiguos recuerdan todo esto con mucha nostalgia. Las comedias que se representaban en el teatro eran habladas en portugués. También los bailes típicos y cenas con comidas típicas. Por supuesto eso aún lo mantenemos: se siguen haciendo las fiestas, se sigue bailando el folklore portugués, el que más nos identifica”.
Con esfuerzo y trabajo
Como la mayoría de los inmigrantes, los portugueses contribuyeron al crecimiento de la ciudad que los recibió y les dio cobijo, aunque a nadie le fue fácil llegar a este lugar, tan distinto de la tierra natal. “En Portugal te agachás y podés cultivar lo necesario para el sustento diario. Cuando llegaron aquí no había nada, ni siquiera la sombra de un arbolito… Y estaba el viento, que arrastraba todo”. Cada uno traía un oficio: había herreros, albañiles, ladrilleros, pescadores, pintores, panaderos, peluqueros, mecánicos, modistas… Todos necesarios, todos igualmente nobles.
En la mayoría de las familias venían primero los padres varones. Se reencontraban con su mujer y sus hijos a medida que podían ahorrar para pagarles los pasajes. “Nosotros tardamos 8 años en conocer a papá, porque yo era recién nacida cuando él se embarcó para acá. Vine con mi madre y mi hermano mayor. El medio de movilidad podía ser por mar o por tierra. Nosotros vinimos desde Buenos Aires a San Antonio en tren, y de ahí en transporte patagónico hasta Comodoro Rivadavia. En el camino no veíamos nada desde el micro. Todo era una nube de tierra. Y cuando llegamos acá… ¡también! Un viento fuertísimo y otra nube de tierra. Eso tapaba un poco el paisaje desolado. Al día siguiente yo decía: ‘Papá, ¿dónde está el arroyo? ¿Y el río? ¿Dónde están el césped, los árboles y las flores?’”, recuerda María.
La Asociación hoy
Los pioneros, aquellos primeros inmigrantes que arribaron a estas costas, entendieron que con su trabajo iban a colaborar con la sociedad de Comodoro Rivadavia, y ésa sigue siendo la intención por parte de la Asociación Portuguesa: estar abiertos a la comunidad.
“Todo el año se realizan actividades culturales. De hecho, tenemos un programa radial llamado Música de Portugal. También se publica una revista periódica, tenemos la biblioteca, el museo, con objetos únicos… El esfuerzo mancomunado de muchos… Además, la Asociación Portuguesa fue promotora de la Federación de Comunidades Extranjeras”, comenta Daniel.
Uno de los incentivos que se brindan a los jóvenes es que aprendan las danzas típicas y después de 3 o 4 años tengan la posibilidad de viajar y conocer Portugal. En la Asociación también bailan tango y folklore. Por lo tanto, este viaje tan esperado por los chicos funciona también como intercambio cultural. Siguiendo por esta rama, uno de los íconos de los bailes folklóricos portugueses en Comodoro Rivadavia fue Juan Manuel Daluz. Un maestro que enseñaba con el alma, recordado como una figura central para la transmisión del folklore portugués a las nuevas generaciones. “Estamos muy conformes con el trabajo de la Asociación. Siempre hubo gente que se esforzó, que dio lo mejor de sí. Cuando hay buena voluntad todos se acercan, para darles continuidad a las obras”.
El objetivo fundamental de la Asociación es ser el nexo con la comunidad y que los inmigrantes que quedan o sus descendientes olviden sus tristezas, que revivan los momentos lindos de la vida, tanto en Portugal como acá. “Es seguir haciendo lo que ellos iniciaron, con un compromiso y buen deber: prolongar en el tiempo y espacio una actividad, honrar nuestras raíces pensando en el pasado, estando en el presente y proyectando un futuro”, concluye María.
Por Marina Águila